Los primeros seis meses y la geopolítica del tiempo
Publicado originalmente en El Espectador
El tiempo es un marco que permite contener movimientos y acontecimientos. La velocidad de los hechos es más rápida que la del propio tiempo, y eso, en términos geopolíticos, muestra importantes tracciones que deben observarse con atención. Ha terminado el primer semestre de 2025, unos meses que han contenido acoplamientos y desacomodos tectónicos; ha sido el tiempo del arrastre de problemas heredados de años anteriores y del momento de cristalización de hechos propios del siglo XIX y principios del XX.
Entre enero y junio de 2025 han ocurrido más eventos de impacto geopolítico que los registrados en el primer semestre de 1925. Mientras aquel año fue el séptimo de la posguerra y parte del paréntesis previo a la Segunda Guerra Mundial, 2025 no se sabe bien qué es, pero sin duda trae consigo los conjuros de siglos anteriores. Aquí, la cantidad es relativa. No porque en asuntos internacionales el número de hechos no importe, sino porque los hechos tienen implicaciones. En esta oportunidad, regresa un presidente estadounidense con nostalgias anexionistas, mientras otras potencias redefinen las tesis de las zonas de influencia. El primer semestre de este año deja la impresión de que el orden liberal ha caído al despeñadero, de que hemos entrado en una evidente recesión geopolítica y democrática, y de que, mientras en 1925 la cuestión nuclear aún no se había asomado a las formas de hacer la guerra, en 2025 el tabú sobre ese tipo de armas reaparece como la nueva-vieja forma de disuasión.
El tiempo que ha transcurrido en 2025 resulta desgastante. Las hipótesis de guerra dejan de serlo para transformarse más en hechos consumados que en afirmaciones comprobables. Seis meses que demuestran, una vez más, que la paz es apenas un paréntesis en la historia. Para empezar, en enero cobraron fuerza una serie de protestas violentas en Mozambique, tras las tensionantes elecciones de octubre de 2024. Aumentó la tensión en Transnistria por la influencia rusa y su impacto sobre Moldavia, mientras el autoritarismo regional y la violencia política se intensificaban en Serbia y Georgia.
En febrero, un ataque de rebeldes en la República Centroafricana contra las fuerzas de seguridad dejó un escenario preocupante. A la vez, el grupo M23 atacó la ciudad de Goma, en la República Democrática del Congo, violando mujeres en las calles e impidiendo operar a los sistemas de emergencia. Gaza dejó de ser la respuesta de Israel a los ataques de Hamas del 7 de octubre de 2023 para convertirse en un cráter visible y en un cementerio a todas luces. Mientras tanto, a finales de febrero, Estados Unidos golpeaba la alianza trasatlántica en Múnich.
Entre marzo y mayo parecieron transcurrir tres décadas. Trump proponía convertir Palestina en una Riviera; se produjo un intercambio de misiles entre India y Pakistán tras un atentado terrorista en Cachemira; se suspendió el tratado de aguas y se volvió a conjurar el tabú nuclear. Por fortuna, la situación se normalizó en mayo. La violencia política en Libia creció como espuma, y Trípoli volvió a los titulares por el caos.
En junio se produjo una intensa actividad geopolítica a nivel global, en un mes que parecía no tener comparación. Durante la primera quincena, la agitación política y electoral se concentró en Corea del Sur, Polonia y Mongolia. Mientras tanto, en Los Ángeles, estallaron protestas masivas contra las políticas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas. Ese mismo mes, como si fuera poco, se intensificaron los ataques terroristas en el Sahel —especialmente en Malí, Níger, Nigeria y Togo—. Irán ejecutó a supuestos miembros de ISIS-K, provocando una fuerte reacción internacional; la IAEA denunció al régimen por violaciones al régimen de no proliferación nuclear. En el marco de la invasión rusa a Ucrania, Kiev lanzó una operación espectacular de drones contra bases militares rusas (Operación Telaraña), demostrando un cálculo estratégico que le permitió reducir capacidades aéreas de Rusia.
En la segunda mitad del mes, Israel, Estados Unidos e Irán entraron en un conflicto armado directo. Los enfrentamientos incluyeron bombardeos cruzados, la eliminación de buena parte del Estado Mayor de las fuerzas iraníes y la aparente destrucción de tres complejos nucleares mediante ataques aéreos. Hubo, además, lanzamiento de misiles iraníes contra bases estadounidenses en Medio Oriente. El mundo entró en vilo e incertidumbre.
En paralelo, dos grandes foros internacionales marcaron el pulso estratégico global. En la Cumbre de la OTAN, celebrada en La Haya del 25 al 27 de junio, los Estados miembros acordaron elevar el gasto en defensa al 5 % del PIB, en medio de una fuerte presión de Donald Trump, quien además amenazó con imponer nuevos aranceles a sus aliados europeos. Se reiteró, además, el compromiso —por fortuna— con el apoyo a Ucrania.
Para terminar el mes, el gobierno estadounidense, con base en información de la comunidad de inteligencia, advirtió sobre la alta probabilidad de actividad de células durmientes de grupos como Hezbolá y Hamas dentro del territorio de EE.UU., lo que elevó las alertas de seguridad a niveles no vistos desde 2001.
El primer semestre de 1925 terminó con un golpe de Estado en Grecia, la consolidación del proyecto fascista en Italia y el Protocolo de Ginebra, que prohibía el uso de armas químicas y biológicas. El de 2025 concluye con la fragilidad de los arreglos —y, por qué no decirlo, de los remiendos— de la gobernanza. Un 1925 lento pero con prisa, mientras que un 2025 desbocado, dando tumbos, rápido y sin tiempo. Este semestre parece señalar la urgencia de pegar, con afán, las piezas de un jarrón que, sin embargo, ya contiene agua.